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>> sábado, 13 de febrero de 2010

14 de febrero de 2010, Domingo
Gavá, Barcelona
1:17 am

Queridísimo corazón, queridísima razón, queridísima existencia,

Tocó todo a su fin. No solo hablo de este efímero tiempo en mi corta vida. No intento explicaros que mis sentimientos están tocando fondo. Que se escurren tanto fino lodo que es la miseria interna. Puede que la hipérbole sea uno de mis mejores recursos literarios. Pero precisamente hoy, no es el caso.
Podéis pensar que esta es una de esas noches en las que baño de lágrimas mi cama. En las que le cuento los secretos a la almohada y que solo se escucha el leve susurro de un sollozo oculto entre la oscuridad. Que mañana, al colarse los rayos de sol por los resquicios de una ventana abierta, olvidaré los errores y levantaré cabeza. Tornaré a luchar de nuevo contra el viento. Recordaré las eras pasadas como algo sombrío y retrocederá la negrura para convertirse en color.
No hay nada que hacer hoy. Ni siquiera las palabras alentadoras de una amiga sincera. Ni me servirá el hacer memoria de tiempos mejores. Solo crearán charcos de tristeza en mis mejillas ligeramente sonrojadas. Producto de un poco de cerveza barata y agria que quita la incertidumbre y vuelve las penas algo más amargas. Tampoco valdría el pedir disculpas a la vida por dejarle este mal trago para ella sola. Perder el tiempo explicando algo que sabéis más que de sobra. Porque, vosotros, tan dentro y a la vez tan fuera, sois el motivo de mi penumbra simbólica. A ti corazón, por dejarme sentir tan solo un poquito. A ti razón, por dejar que lo diera todo sin pedir nada. A ti existencia, por regalarme esos golpes del destino tan exasperantes y horribles. Porque arrancaría mi órgano vital y lo dejaría latiendo en mi mano hasta que perdiera la última gota de sangre. Que se parara de golpe. Que yo dejara ir esto que me marchita. Cambiaría las cosas y dejaría que todo siguiera su curso natural. Pero esta personalidad que arrastro, voluble y cambiante, me quema por dentro. Tanto caparazón de rocas. Tan frágil mi sensibilidad como cambiante mi estado de ánimo. Feliz de escuchar su voz. Apenada por callar palabras necesarias.
Esta no es una simple carta. No es nada. Es algo como una tregua. Porque para mi todo esto se ha acabado. Y lo he repetido tantas veces ,que casi me lo creo. Casi es medio cierto.
Dejemos que todo ocurra mientras yo veo mi vida en tercera persona. El dolor es menos doloroso cuando no duele a uno mismo. Sintamos solo en días festivos. Con personas determinadas. En sitios con muy poca luz y buena música. Que el bailar sea nuestro rito de sensualidad. Que quede todo en dos besos mal dados, en sabor a alcohol y un adiós. Sin promesas que sean imposibles.
Que se acabe la noche en cualquier esquina y no lamentarme de buscar sus ojos entre la gente. Que se acaben los llantos en sueños. Que deje de imaginarle en mis brazos, que ellos no le echen en falta.
Que tú, razón, pienses por una vez en lo que me conviene y no en lo que quieren los demás. Que basta de darlo todo por unos te quiero desgastados. Algo falsos. Que se acabó el romanticismo entre una esquina y una lengua apasionada en aquel portal.
Que ahora la existencia sea algo más inexistente. Que me deje dejar de respirar. Que se pierda entre el olvido de una ausencia y el más remoto recordatorio de que debe permanecer ahí. Que baile como loca, que sean sentimientos reales, que no mienta. Que los reveses dejen de ocurrir. Que las aguas vuelvan a su cauce.
Dadme algo de tiempo para recuperar lo que perdí. Y si no lo hago, será mejor que no volváis.

Besos y abrazos,

Aida González


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