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Volaron las cenizas...

>> lunes, 20 de diciembre de 2010


Me hablas. Yo te miro y te admiro de nuevo. Sonríes de forma despreocupada como si lo más importante en este mundo sea ese rizo que cuelga y se descuelga entre tus dedos. Me explicas entusiasmada que hacía demasiado tiempo que no te sentías así. Que, sin quererlo, te ha devuelto la vida. Y yo veo como el sol se baña en el iris de tus ojos mientras la felicidad sube a tu mirada de manera enloquecedora. Recuerdas aquel tiempo pasado como algo triste y gris. Ahora tu vida se ha teñido de rosa. A mi no me queda otra que alegrarme y reír ese chiste que se acaba de escapar como aire entre tus labios.
Entre el crepúsculo anaranjado paseamos hasta el umbral de tu portal. Me das las gracias y me abrazas. Yo te devuelvo el gesto. El sonido de tus llaves al abrir la puerta es lo último que recuerdo. Arranco con pasos despreocupados y con aquella idiota sonrisa dibujada en mi cara. Remuevo la cabeza y recuerdo aquella frase que leí hace unos días. "Las personas, a veces, aparecen en tu vida solo para que te des cuenta de que no eran para ti".
Y nuestra historia de tres: Tú, yo y mi imperiosas ganas de sentirte. Nunca salió bien. El destino, el gracioso de toda esta comedia al más puro estilo Barroco, puso cada cosa en su lugar. A pesar de que, al principio, quisiera arrancarla de forma definitiva.
Recuerdo tu pelo y me permito el lujo de que el aroma de su movimiento me embriague por última vez. Se me antoja lejano. No queda rastro de arrepentimiento ni de tristeza. Solo algo de aquella sensación de no haberlo intentado con todas mis fuerzas.

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