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Al respirar

>> viernes, 9 de septiembre de 2011

- Miró hacia su alrededor. Demasiada gente, pensó. Se sentó en un banco, entre la más profunda soledad y el milagro de la desesperación. Juntó sus piernas fuertemente contra su cuerpo. Temblaba. En pleno mes de agosto, con el calor que emanaba del sol cayéndosele encima. Aún así temblaba. En medio de aquella Barcelona desierta de almas caritativas. Solo miradas fugaces y confusas. Porque ella, inconscientemente, sonreía. Aunque las lágrimas lucharan por naufragar en el mar de sus mejillas. Engañaba vilmente a su consciencia. Borraba recuerdos. Caricias. Olvidaba promesas. Como él le agarró las manos entre la oscuridad de una gran sala. Y ella se dejó hacer, mientras el corazón parecía querer salirse por su tráquea. Unos forzados encuentros posteriores hicieron de aquella relación un témpano gélido que ni el calor de julio podía derretir. Él reía de manera queda. Ella, con todas sus fuerzas, intentaba hacerse notar. Sobresalir entre el gentío. Pero no conseguía más que perderse entre la negación de sus recuerdos.
Y así dejaron de verse. De mirarse. De sentirse. Una lejana felicitación de cumpleaños por parte de ella. Un mutis por parte de él. El miedo, o aquello que no se podía explicar, deshizo algo que se creyó sólido. Y ahora, no sabe si por el sobrante de tiempo, por una excesiva melancolía o por una simple broma del destino, vuelve a acordarse de él. Con la fuerza de los hechos pasados. Y se ahoga en el lago de sus inmensos recuerdos.
Y con aquella sonrisa, pretende, una vez más, engañarse. Romperse la promesa. Y dejar así de respirar, una vez más, para no ahogarse.



"Intenta no respirar..."

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