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>> domingo, 17 de mayo de 2009


Alcé el rostro hacia un cielo casi siempre encapotado, el crepúsculo era oscuro, en cualquier momento rompería a llover destrozando una ciudad de acuarela gris y monótona. 
Respiré de nuevo el aire contaminado, dejé que mis pulmones se llenaran para luego expulsarlo lentamente. Ni siquiera sabía porqué me encontraba encima de uno de los miles edificios que me rodeaban, tampoco porqué aún guardaba entre mis manos la canción que me escribió. Nuestra canción. "Aún estoy intentando hacerte saber todo lo que significas para mi". Una y otra vez resonaba su voz en mi cabeza, chocando y produciendo un eco insoportable. El dolor de una herida que nunca cicatrizó del todo y que emana llantos incontrolables. Hace tiempo que acepté que tendría que convivir con la tristeza y la soledad. Realmente estoy completamente sola. Me dejé consumir por un amor que ambos sabíamos que acabaría tarde o temprano. Las reglas pueden romperse, pero no eternamente. Nuestro deseo de permanecer juntos era fuerte, pero no lo suficiente. Él se marchó, llevándose todo con él a la tumba. Ahora solo quedan las lágrimas sobre la almohada y los silencios rotos por las respiraciones entrecortadas. Solo queda soledad y una amargura que me consume poco a poco. Porque cuando a esa persona no queda más que dejarse llevar por la muerte. 

Los amaneceres tempranos de Monroeville.

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