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>> martes, 23 de febrero de 2010


Necesito un sábado. Uno de esos en los que no vives mirando el reloj. En los que tú única prioridad es ver la programación de la televisión, tirarte en el sofá y disfrutar de una buena tarrina de helado. De esos dulces hasta el empalague. En los que buscas la felicidad al final del bote. Las respuestas a tus dudas en viejas conocidas series. Que responden tus dudas y te hacen sonreír de manera idílica. Preciso un sábado en el que todo no gire en torno a un domingo. A un viernes pasado. Que no sea necesario pensar en nada más que en cual era el número del chino, que hoy no me apetece cocinar. Una llamada esperada pueda eternizarse entre la ausencia y el tiempo anterior. Esas reflexiones existencialmente idiotas que salen de nuestra boca entremezclada con ese sabor agridulce que produce la felicidad. Que las preocupaciones no preocupen. Donde la esperanza tenga cabida porque todo es posible entre estas cuatro paredes. Porque no hay nada mejor que esos sábados. Que las duchas relajen de verdad y que la prisa no nos robe la sonrisa. El pijama nuestra vestimenta de gala. Los recuerdos guardados bajo la cama, como viejos monstruos que acecharán tarde o temprano. Pero en tal día como ese sábado solo puedes pensar en lo que es ahora. No hay mañana. No hay domingo que valga.

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