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>> jueves, 20 de enero de 2011

Se marchó. Lo hizo tan fugazmente que ni el viento tuvo tiempo de abanicar aquellos ojos que tantos suspiros habían arrebatado de los labios que ahora le suplican que no cruce aquella puerta para no volver jamás.
Se fue. De la única forma que podría llegar a dolerle. Le reabrió aquel agujero situado entre la el cielo de su boca y el infierno de su ausencia. Supuraba una especie de tristeza intensa que inundaba su mirada haciendo que nunca más aquella pequeña cosa llamada felicidad volviera a subir de una manera tan natural como el respirar. Incluso eso le había robado, de una forma cruel.
Ya no hay voz que cante a la vera de su ventana. Ni sol que la bañe con aquella anaranjada acuarela. No hay ánimos que puedan sacarla del pozo en el que él la metió sin ningún remordimiento. La encontraréis cerca de la casa que la vio nacer y que poco a poco la ve perderse en el olvido.

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