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>> lunes, 9 de noviembre de 2009


- Mírame - Susurré al viento, sin esperar respuesta, sin esperar motivo.
- No dejo de hacerlo nunca - Contestó él de la misma manera, sin dejar de clavar sus ojos en mi.

Reí suavemente, me giré y miré a mi alrededor. El paisaje invernal nos invadía. A lo lejos, muy a lo lejos luces parpadeantes, tiovivos, norias y gritos de euforia contenida.
Aquí encima la felicidad llegaba a puntos extremistas. Encima de su gelido y húmedo capó todo era cambiante, diferente, perfecto. Nada dolía, ni el pasado, ni su futuro, ni el mío. Nada de penuria agarrando el pecho. Solo la sensación de su mirada arropándome. De que el frío condensado que se escapaba de nuestras exhalaciones rozaba también lo perfecto. Porque nunca se acabarían nuestras tardes de invierno, nuestros cielos rosas, nuestra vida juntos.


Los atardeceres tempranos de Monroeville.

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