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>> martes, 13 de julio de 2010

Miré al frente. Paredes blancas. Suelo alicatado de negro. Burda ironía aquella, pensar que rozas el cielo y lo único concluyente es que tocas de pies y esperanza con el duro averno. Mis pasos se veían burlados por el eco. Solitario sonido. Acompasaba mi respiración nerviosa. Podía deducir entre ese inmenso vacío como el sudor caía lento por mis mejillas ya encharcadas. Lágrimas que se confundían con aquella indiferente angustia. De repente mis ojos chocaron con una ventanilla de cristal. La mujer que se encontraba detrás clavó su mirada con la mía. Sonrió de forma frívola, acorde con la decoración. Eric. Susurré de manera queda. Ella sin perder aquella mueca entre horrorosa y irónica hizo un leve movimiento con la cabeza hacia la derecha. Aquello me perpetuaba a seguir andando por el pasillo. Agaché la cabeza y seguí caminando. Las celdas fueron apareciendo, como el naciente de un río que está condenado a acabar en un acantilado. El calor abrasaba, a pesar de que las luces permanecían apagadas aún. Al fondo vislumbre al reverendo, que salía de la celda número 130. Nos cruzamos y en una mirada de compasión me sonrió. Yo no fui capaz de devolverle la sonrisa, quise hacerlo, pero las fuerzas dominaban mis nervios y no eran capaces de interpretar. Al llegar al pie de la celda un carcelero me abrió la puerta. Él se encontraba tumbado, sin ápice ni intención de erguirse a mirarme. Me senté en un taburete que se situaba cerca del lecho y le observé. Mantenía los ojos cerrados y suspiraba ruidosamente, como si mi presencia allí fuese de lo más incómoda. Carraspeé la garganta en un intento nulo de llamar su atención y que al menos se dignara a abrir los ojos. Mirarme. Daría lo que fuese porque incluso arrancara a insultarme y a maldecir mi existencia. Pero nada. Seguía tumbado. Petrificado. Con las manos en la nuca y los ojos cerrados. El tiempo pasaba lento y mi reloj marcaban aún las siete y media. Me acomodé como pude a al espera de alguna palabra suya.

- Te advertí que esto no sería agradable - Espetó de repente, me asustó incluso - Creí que había quedado claro que no quería que vinieses.
- Me llamó tu abogado. Quería verte.
- Mejor aclarate a ti misma que lo único que necesitabas es quedarte con la conciencia tranquila.
o, como tú querías, pero era más complicado de lo que pensaba. Tú necesitabas a algu
- Las cosas no son como tu piensas. Ni siquiera tienes la decencia de arrepentirte.
- ¿De que? No encuentro motivos. Intenté ser perfec
tien que respondiese a tus expectativas. Y ahora, en el filo de la muerte, ¿intentas que me arrepienta de haberlo intentado? Créeme que no lo haré.
- Entonces, ¿Te arrepientes de haberme querido?
- No. Me arrepiento de seguir haciéndolo aún. Cada segundo que pasaba lo único que deseaba es que tú aparecieses y atravesases esa puerta y a pesar de eso ahora solo quiero que te marches. Tú presencia era mejor cuando la ausencia era mi compañía. Cuando tan solo eras un sueño que me atormentaba y hacía de mis noches dolorosas. Ahora solo déjame hacerte saber que estoy mejor solo.

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