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>> martes, 9 de noviembre de 2010


- Entonces el tiempo se paró, congelándose junto a la nieve que, en ese preciso instante, se iniciaba desde el cielo rompiéndose contra el suelo húmedo. Los copos parecían deshacerse entre mi pelo, empapándolo de fría humedad que calaba hasta lo más profundo de mi ser. El paisaje se tiñó de blanco. Apuré las caladas que aún le quedaban al cigarrillo que sujetaba entre mis dedos. Lo dejé a mi lado, aún encendido y desprendiendo un olor amargo que vició la escena. Suspiré precipitadamente y agaché la cabeza. Mordí mi labio inferior con fuerza, quería evitar que las lágrimas volviesen a desbordar por mis ojos. Quería prescindir de la tristeza, conseguir una felicidad forzada y una sonrisa pagada con algunas caídas, remendadas con falsas esperanzas y continuos desengaños. Deseaba tanto escapar de allí que lo único que me amarraba en ese momento eran mis manos, agarradas a aquel banco.
Mi mente hizo una búsqueda rápida en la que encontró un recuerdo del que me encantaría prescindir. Aquella tarde en que me prestó sus alas, para volar hacía el cielo más alto, y luego quitármelas sin explicaciones, dejándome caer y estrellarme contra el férreo suelo. Duro. Húmedo. Húmedas sus palabras para una piel tan permeable como la mía. Mojaron hasta el último resquicio de mi corazón, dejándolo a la merced de su tormenta. Y cuando el sol volvió a salir para iluminar lo que las nubes ocultaban ya no estaba para cumplir ninguna de sus promesas. Yo me quedé atrapada en una gran tempestad, sin posibilidad de salida sin salir completamente herida. Sin opciones de volver a atrás para enmendar lo realizado.


"Y tal vez pase la vida sin pararse en un buen banco, de una plaza cualquiera, a fumarse un cigarro."

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