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La petite mort.

>> miércoles, 4 de mayo de 2011

Sabemos a lo que hemos venido - Sentenció Oliver.

- ¿ Estás seguro de que debemos hacerlo? Las cosas podrían ser de otra manera, no hay que recurrir a esto. – Murmuró Aina, a pesar de eso, mantenía un tono sereno y en su rostro se dibujaba una traviesa sonrisa de medio lado, reluciendo casi una mueca de burla.

- ¿ Qué otro remedio hay Aina? Sabes que esto no puede acabar de otra forma. Ojala las cosas hubiesen sido diferentes para ambos, pero hay veces que el destino solo ofrece una jugada y las cartas las reparte tu peor enemigo.

Oliver mantenía en sus manos un revólver. Éste, pequeño y de color grisáceo metalizado, contenía una sola bala. A pesar de que éste hecho para Oliver fuese totalmente desconocido. Aina mantenía aquella mueca de malicia que la caracterizaba. Estaban sentados uno frente al otro y se miraban profundamente a los ojos. Oliver vestía un traje de camisa roja. Aina un vestido negro, de funeral. Los profundos ojos de ella se clavaron en el arma que él sostenía con algo de aparente decisión. Nada más que fachada ante una situación desesperante. Oliver miró una vez más el arma y, posteriormente, la miró a ella. Siempre con aquellos rizos del color del fuego. Indomables. Ella tampoco era nada fácil de llevar. Siempre acababas dónde ella quería. Cuándo ella quería. Porque su belleza atontaba, te arrastraba con el color ceniza de sus ojos y te hundía. Y a pesar de eso, siempre volvías, aclamando a sus pies algo de piedad. Algo más. Pequeña araña que enredaba con su gran tela. Pegajosa. Adictiva hasta tal punto que sus labios podrían considerarse la droga más peligrosa.

Él agarró el arma con firmeza. Se la colocó en la sien, el juego estaba a punto de empezar. La fiesta bañada en sangre se celebraría entre funeral y funeral. Oliver cerró los ojos.

- Siempre te quise Aina, no lo olvides nunca. – Logró decir antes de apretar el gatillo.

Una bala, rápida y decidida, estalló en su cabeza de manera contundente. Macabro plan aquel elaborado por la mayor femme fatale. Su sonrisa se ensanchó, mostrando toda su dentadura. No pudo evitar soltar al aire una gran carcajada de victoria. El silencio mortuorio se vio perpetrado por aquella repentina muestra de alegría. Oliver yacía frente a ella. Con una mueca de dolor y desesperación. Con la traición dibujada en sus ojos, abiertos y resecos. La sangre había creado un lienzo de muerte a sus espaldas. El líquido de vida, que ahora se convertía en muestra de expiración más clara, bañaba la estancia. Aina se levantó del sillón de piel. Aquel despacho solo estaba alumbrado por la tenue lámpara de mesa. El amanecer estaría a punto de mostrar sus primeras acuarelas. Tenía que marcharse cuanto antes. Se acercó lentamente al cuerpo de su amante. Le cogió la cara en un brusco gesto. Sus manos, vestidas con unos largos guantes de seda, se empaparon en un segundo. Le observó detenidamente y besó de manera feroz aquellos gélidos labios. Se separó y soltó su rostro despectivamente.

- El El amor nunca fue mutuo querido, gracias por todo.

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