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1999

>> sábado, 6 de abril de 2013


Hay canciones que duelen. Canciones que logran desgarrarte por dentro. Que amarran la maraña de sentimientos que te provocan y los envuelven en una espiral de confusión. 
Son aquellas que te evocan a tiempos pasados. Cuando no había más que disfrutar del tiempo. Pero no es un dolor desagradable. Te encanta. Disfrutas de cada palabra mientras tu herida interna supura lágrimas de antaño.
Porque todos hemos tenido un 1999. Una historia de amor de esas que parecen un huracán de sensaciones. En las que te tiras a un vacío lleno de porqués. Y la recuerdas. Y te arrepientes de hacerlo. Porque a partir de ella debería ir todo mejor. 
Se marchó. Aunque te parezca mentira, lo hizo. A veces por su propio pie. Otras tus gritos de desesperación la echaron. Y aún guardas sus fotos. Y, a veces, solo a veces, las miras. Porque todo parecía eterno. Una eternidad efímera que niega su propio concepto. Y aquel para siempre se convirtió en un jamás cargado de resentimiento. De golpes. Físicos y psicológicos. Internos. Provocados, por ti, por la situación. Y si duele, es que aún se quiere. Y si se quiere, es que aún no se a aprendido la lección. Entonces la vuelves a escuchar, de la única manera que puedes escucharla. Porque siempre lo haces cuando las cosas van mal, para fustigarte por no ser lo suficientemente buena para mantener un equilibrio entre los sentimientos y tu propio bienestar. 
Porque hay canciones que duelen. Y duelen tanto que parece insoportablemente grato. Porque todo se reduce a un sentimiento que se alimenta de recuerdos. Recuerdos imborrables que se repiten como eterno retorno. 
Entonces todo acaba. La canción se termina y empieza otra, con otra historia y otros sentimientos. Pero, en secreto, sabes que parte de tu alma se ha quedado con ese 1999 nunca vivido. Pero que, sin querer, has sufrido. 

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